A pesar de las expectativas que pueda tener el gobierno de Felipe Calderón con respecto a un cambio radical en las políticas de EU hacia México, lo cierto es que muy poco cambiará de manera inmedata.
Las formas cambian, los estilos se modifican, pero el fondo continúa igual. Los gringos no vienen a ver qué aceptamos hacer, sino a que aceptemos lo que a ellos les interesa, a saber: mayor control en la producción y trasiego de drogas, contención de grupos criminales, más acciones para impedir el tránsito masivo de indocumentados (desde Centroamérica u otros puntos, no sólo de mexicanos), una férrea vigilancia ante eventuales terroristas (tal como los definen), y lograr la aceptación para modificar los puntos del TLC que a ellos les interesa.
Obama no viene a negociar, pero no es el tonto de Bush y quiere entender la idiosincracia de los latinoamericanos para ganarlos a su causa. Sabe que ganar el corazón del gobierno mexicano es avanzar un paso ante el resto del continente, pero que es sólo un paso. Y Calderón parece estar enamorado. Allanado este pequeño obstáculo, lo demás puede ser abordado.
Pero el imperio no ha dejado de serlo, a pesar de las formas. Calderón se presentará como si se hubieran logrado cambios fundamentales en las relaciones entre ambos países. Y no es así.
Martín Guerrero
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