lunes, 2 de marzo de 2009

El narco, ¿un antihéroe a la altura del cómic?

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En un libro de ensayos breves*, hoy más olvidado que cadáver procesado por El Pozolero, leo lo siguiente surgido de la compu de Federico Campbell:


“La percepción que se tiene del narcotraficante entre las clases medias y en los medios políticos no es la misma que se vive en los estratos más bajos de la sociedad, en el imaginario colectivo más recóndito –riquísimo en fantasías- donde triunfa el mito y se disuelve en la historia oral que ciuentan los ancianos del pueblo y los trovadores.
[…]
“El personaje del narco representa para ellos [los habitantes pobres de zonas rurales] el triunfo social, la consecución de un status conveniente. Si los poderosos tradicionales, los ricos y los funcionarios públicos, tienen lana y tierras porque las heredaron o se apropiaron de ellas, los narcos han hecho su capital arriesgando la vida. Ése es su razonamiento. No creen mucho en las leyes porque tienen un acuerdo con los policías (se puede comprar desde un agente, un comandante, hasta un procurador y un secretario de Estado).
[…]
El bandido héroe de otras épocas ha sido desplazado por el traficante héroe, pero no del todo, pues la vía de su presentación mítica –el corrido norteño y la tambora sinaloense- muestra aún huellas de convivencia de ambas categorías de héroes, a veces asimiladas o indiferenciadas. Y si bien el mito se encuentra en el imaginario colectivo como algo latente, algo que esta allí a la mano de los sueños, a fin de darle coherencia a un mundo absurdo e incomprensible como la vida misma, lo cierto es que en el habla y las conversaciones de la gente, e los chismes y la transmisión oral de noticias, es donde mejor se presentan esos patrones narrativos que dan significado a la existencia de cada quien –puesto que cada quien se inventa la película que le conviene , la versión de la realidad que más coincide con sus fantasías- y le dan un color a la aventura que, de cualquier modo, significa estar en este mundo.”


Y sin embargo, a la fecha algo ha cambiado en el aura romántica que rodeaba la figura del narco. La dificultad aparente para entrar a otros mercados, el descubrimiento que el espacio nacional era un mercado abierto y cautivo, el número de muertos derivado del incremento de la conflictividad por las plazas, y por supuesto la crueldad en el modo de cometer los asesinatos, entre otros factores, han modificado el comportamiento de los narcos hacia otros. Si antes la consigna era no matar a mujeres y niños, hoy se asesina primero a los niños “para que los padres sufran” y enseguida se les mata a ellos “para que ya no sigan sufriendo”.

El “código de honor” de los narcos es ya cosa del pasado. Las generaciones más jóvenes de sicarios saben que triunfa quien es más duro, más cruel, más fuerte, pero también más inteligente. Es la astucia de quien sabe oler el peligro, de quien “madruga” al otro y se le anticipa en la traición. En ese punto no están tan alejados de las élites partidistas. La lucha por el poder es así, aunque no hayan leído a Maquiavelo o a Shakespeare como se supone sí lo han hecho los políticos.

Pero el hecho de que el Cartel de Sinaloa haya logrado abarcar el 50% del mercado de drogas en los Estados Unidos, ¡en 26 estados!, y que a decir de los gringos ha alcanzado un desarrollo similar al de una empresa trasnacional, sólo puede exacerbar nuestros más básicos instintos patrioteros. El “greaser” regresa y lo hace de modo contrario a como muchos anglosajones han querido verlo siempre, humillado, derrotado, sin dignidad para oponerse.

Desde luego no es lo que esperamos para los ciudadanos de origen mexicano y los migrantes que día con día se juegan el pellejo en otras actividades. No sé cuál sea la percepción de los millones de mexicanos allá, pero bien visto, el Chapo Guzmán merecería ser catalogado como un (anti)héroe a la altura del arte, del arte del cómic, por lo menos.

Ahora que la PGR dio por concluida su “Operación Limpieza” con la captura de 25 altos funcionarios al servicio del narco (a ver cuántos salen en poco tiempo), uno se pregunta qué pasa con las otras área de la delincuencia común y no común que siguen haciendo su agosto en las aduanas, carreteras, casetas, avenidas urbanas y centros de comercio. Cuántos están metidos en la trata de blancas u explotación sexual de menores, cuántos siguen en el secuestro y las extorsiones, en los asaltos y fraudes diversos, y cuántos más siguen vendiendo protección a delincuentes o cometiendo ilícitos ellos mismos. ¿Quién confía en sus policías, en sus autoridades civiles, en sus supuestos representantes como los diputados y senadores? Y si la confianza en las instituciones sigue cayendo (caso IFE), ¿cuánto más tardará en derribarse toda confianza? ¿O sería mejor un presidente narco que nos dé empleo permanente y confianza a todos?

* Federico Campbell. “El narcotraficante”, en: Florescano, Enrique (Coordinador). Mitos mexicanos. México, Ed. Aguilar, 1995.

Martín Guerrero
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