lunes, 22 de diciembre de 2008

Garganta profunda

Apenas libre luego de haber sido el principal promotor de una manifestación a favor de los derechos del consumidor consuetudinario de artículos propiciatorios de estados alterados de la conciencia (¡uf!), el Warrior retorna por sus fueros. En realidad no se trató de una manifestación, sino de una masiva y multitudinaria quema de yerba acompañada de chelas y otras bebidas, que sólo se hizo pública cuando llegó la tira con su parafernalia gandallamente represiva.

El Warrior casi fue convertido en sicario de los Beltrán Leyva o en Zeta o en entenado de La Familia, pero su emperramiento en no soltar prenda lo libró de cargos mayores aunque no lo privó de una chinga de perro bailarín a su tamaño. Su identificación como reportero de La Revista del Carajo, y el que conociera a un reportero de nota roja y a varios de deportes lo transformaron, en pocas horas, de indiciado por crimen organizado a culpable por faltas administrativas con imputabilidad probable de daños a la nación (con el tolete de uno de los granaderos les rompió cascos, escudo y jeta a más de tres genízaros pasados de lanza).

La banda celebró el retorno de héroe con una quema masiva y multitudinaria de yerba acompañada de chelas y otras bebidas menos refrescantes.

Este domingo, tempranito, el Warrior llegó corriendo con la cruda en el rostro a preguntarme si era cierto lo que le habían contado: que Garganta Profunda había muerto recién. Le dije que sí, que la leyenda había colgado los tenis; y para que se enterara de todo anduve revisando las cajas donde envolvemos con periódico las figuras de barro que vendemos en la feria y recuperé la nota. El Warrior leyó varias veces, como si no comprendiera, cosa que yo atribuí al exceso de tachas. Luego hizo una bola con el papel y lo arrojó al suelo, mientras me gritaba: “¡Pinche Alma, mala madre! ¿Por qué me choreas, méndiga?”.

Diez minutos después, mientras le decía todas las maneras en que se iba a morir, supe que el Warrior creía que quien había muerto en estos días era Linda Lovelace, la estrella de la pornocinta de los 70 llamada así: Garganta profunda.

— Y además esa vieja se murió en el 2002, pendejo.

El Warrior me trajo un cartón de guamas como señal de apaciguamiento; me pidió que llamara a su homónimo ilustrado pata que nos informara sobre la madonna porno, de cuya muerte no se había enterado. También trajo la cinta en versión VDC clonada para brindar por ella mientras ejercía en sus míticas y reales felaciones ante la cámara. Y es que Linda —dijo el Martín con tono didáctico— era una experta en el arte que una cierta becaria llevaría años después hasta niveles presidenciales. Católica de origen, luego de un accidente automovilístico conoció a un tal Charles “Chuck” Traynor, quien literalmente la introdujo al mundo de la prostitución disfrazada de pornografía fílmica. Justo es decir, como ha señalado varios, que en aquellos años los filmes pornográficos de exhibición pública eran poco menos que inexistentes. Pero la lucha por los derechos civiles en aquellos años también benefició a otros sectores menos preocupados por las libertades y más ocupados en acarrear dinero, como los productores del cine porno y los exhibidores de salas de este tipo.

Linda había “actuado” en otros filmes pornos, incluso uno zoofílico, aunque lo negó cuando empezó a ser famosa. La leyenda cuenta que la neoyorkina era una consumada tragaespadas de feria, una verdadera máquina succionadora, habilidad de la que se enteró el cineasta Jerry Gerard o Gerard Damiano, quien aprovechó dichos talentos en la construcción de la historia que se filmaría como otra película XXX de bajo presupuesto. Tan fue así que el rodaje tuvo una duración de sólo dos semanas y se estrenó en el New York Mature World en 1972, con los siguientes créditos: Deep Throat. Dirección, Guión y Edición: Jerry Gerard (Gerard Damiano); Producción: Lou Perry; Fotografía: Harry Flecks; Con: Linda Lovelace, Harry Reems (Dr. Young), Dolly Sharp (Helen), Bill Harrison (Mr. Maltz), William Love (Wilber Wang), Carol Connors (enfermera), Bob Phillips (Mr. Fenster), Ted Street, John Byron, Michael Powers, Al Gork. Estados Unidos, 67 min.

Se sabe que con sólo seis meses de exhibición recaudó más de 600 mil dólares. También se calcula que desde su estreno hasta el año 2003 el filme recaudó más de 600 millones de dólares en ganancias, contra los 25 mil invertidos, de los cuales, apenas 1,200 fueron el salario de Linda por su actuación. Sobra decir que su fama creció como espuma y empezó a ganar dinero a montones por participar en otros filmes, revistas, sesiones de fotos y demás actividades, como las entrevistas y apariciones en tv. Trató, inútilmente, de convertirse en actriz verdadera, pero fracasó. Luego se convirtió al feminismo radical y se volvió una convencida pero no convincente militante antiporno.

Me cuentan que en 1980 ella publicó una autobiografía titulada Ordeal (“Prueba de muerte” en español). No la conozco, pero me dicen que es la misma historia que apareció en otra edición española con idéntico nombre de la ya mítica película, pero con el subtítulo “Memorias de una actriz porno”. El tal libro se supone que relata la manera en que siempre fue forzada (por su marido) a prostituirse de todas las maneras conocidas y por conocer. Dos fragmentos que andan en internet y que recojo [carajo, cojo y recojo] por medio de Wikipedia dan idea de los que en el libro se relata:

Debido a mi capacidad de relajar por completo los músculos de la garganta, pronto me hice muy popular entre los hombres a los que les gustaba el sexo oral. Una y otra vez me encontraba con tipos que me decían: "Chavala, eso nunca me lo había hecho nadie". Y, como es obvio, llamaban a un amigo para que probase también conmigo.Chuck estaba encantado con todo eso. Lo llamaba publicidad de boca a boca.

* * *
¡Gracias a Dios! Estaba segurísima de que había sido obra de Dios. Aquel accidente fue con total certeza la respuesta de Dios a mis oraciones. Tal vez no fuera una respuesta al pie de la letra, tal vez no me concediera todo lo que yo deseaba, pero al menos me había protegido.
¿De qué?
De que me follara un burro en Juárez, México.

* * *
Linda Lovelace se llamaba en realidad Linda Susan Boreman, nacida en New York en el 49, muerta en el 2002 a los 53 años debido a un accidente automovilístico. Le falta a ella el poeta o el cantante que le escriba el poema o la canción respectiva, aunque tal vez alguien ya lo hizo y yo lo ignoro. Lo que no desconozco es que esta película y el caso Watergate son iconos en la cultura popular gringa.

* * *
Vimos la cinta dos veces, repetimos a diferentes velocidades las escenas más representativas, discutimos acerca de tal o cual escena y de sus intencionalidad, quisimos encontrarle chichis a las víboras y arrancar peras al olmo, pero nomás no pudimos. Lo que sí pudimos hacer fue acabar con otros cartones y quemar nuestras reservas verdehalago en homenaje a la abuela yanqui de la virgen de los sicarios.

El Warrior abrió los ojos luego de un rato de introspección mafufa. Queríamos curarlo de la nostalgia. Le preguntamos su parecer acerca de la película luego de tantos años sin haberla visto. Chasqueó la lengua y nos dijo, casi de modo despectivo:

— ¡Qué mamadas!

Y eso que no le contamos acerca de Mark Felt y el periplo de Bob Woodward y Carl Bernstein como reporteros del Washington Post.

Alma María / Martín Guerrero
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