miércoles, 17 de diciembre de 2008

"Morelia, cuyo camino yo no había buscado..."

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Retorno de Morelia el domingo por la mañana. En la edición michoacana de La Jornada, su portada exhibe una foto anunciando los funerales de doña Amalia Solórzano. Mientras el autobús sale de la ciudad, leo la extensa nota biográfica sobre la viuda del general Lázaro Cárdenas y su papel en la vida pública de México, particularmente en la defensa de la soberanía petrolera; antes, también, su participación en el cobijo de los más de 25 mil exiliados españoles que arribaron a estas tierras, unos con mejor fortuna que otros.

En el suplemento cultural encuentro un texto firmado por Alejandro Michelena titulado “Antonio Machado: poesía perdurable”, un resumen biográfico del poeta que leo con interés preguntándome si se cumple algún aniversario de su vida o de su obra, aunque no descubro nada de eso. Sin embargo, el asunto me inquieta porque hace tiempo quise hacer un seguimiento sobre las horas postreras del poeta como metáfora de la república española, que se quedaron en notas dispersas, pero apuntaba a las ramificaciones que constituyen las obras de Zambrano, Gaos, Xirau, Roces y otros más.

Antonio Machado me interesaba en primer lugar porque, como figura señera de la generación del 98, anticipa su muerte en una conversación al afirmar: "Tengo la certeza de que el extranjero significaría mi muerte". Cansado y enfermo, replegándose -según le ordenaba el gobierno- de ciudad en ciudad, ante el avance de las tropas nacionalistas, parece saber que su muerte ocurrirá pronto y en tierras extranjeras.

La República se desmorona. Entre la noche del 21 de enero de 1939 y las primeras horas del día 22, el Estado Mayor informa al Gobierno Republicano que el frente ya no existe más. Se ordena que todos los órganos oficiales abandonen Barcelona. Antonio Machado y su familia son movilizados en coche hacia Gerona, a la que arriban por la mañana del día siguiente. Intentan llegar, como cientos de miles de refugiados, a la frontera con Francia. El día 26, una ambulancia los lleva hasta la masía "Max Feixat", cerca de Viladásens. Tardan todo un día en llegar a la frontera, a pesar de estar a pocos kilómetros de ella. Dos compañeros de viaje, Corpus Barga y José Machado, hermano de Antonio, relatarán tiempo después sus recuerdos de aquél día, pero mientras el primero asegura que Machado y sus compañeros abandonaron también el auto en que viajaban para unirse a la multitud que les arrastraba, José —pintor, quien viajaba con su esposa— afirma que ni el poeta ni su madre llegaron a descender del vehículo y sólo lo hicieron para cruzar la frontera.

Barga y los hermanos Xirau (José y Joaquín) se adelantaron hasta la caseta en la que se encontraba el comisario de policía francés, a quien le explican la situación. Sorprendentemente (para mí), el policía presta su automóvil para conducirlos hasta la estación de Cerbére, distante a no más de medio kilómetro. Pasan la noche en un vagón de tren ante la escasez de alojamiento. Es la noche del 27 de enero de 1939, la primera noche de exilio. De allí son trasladados a Collioure, donde se hospedan en el hotel Bougnol-Quintana la tarde del 28 de enero. Doña Ana, la madre de los Machado, ya no puede moverse. Permanecen en Collioure, sin dinero, sobreviviendo apenas de la caridad. Antonio todavía le escribe a José Bergamín el 9 de febrero contándole de sus planes para obtener trabajo e ingreso, ya sea en París o en la URSS, “donde encontraría amplia y favorable acogida”. Pero el día 18 empeora su neumonía, complicándosele con gastroenteritis. Agoniza. Muere a las cuatro de la tarde del 22 de febrero. Doña Ana Ruiz sigue a su hijo tres días después. Fueron enterrados juntos, en una fosa ofrecida por una amiga de la señora Quintana, la dueña del hotel.

Entre los intelectuales que cruzaron a Francia en esos días se encontraba María Zambrano con su familia.

Estaba yo en Morelia el día 12 de diciembre, hace cinco días. Justamente un año antes, el día 12 también (al fin y al cabo guadalupano), escribí una nota sobre ese momento del exilio español centrándome en la persona de María Zambrano. Aunque el texto tiene un título poco acertado, se lo envié a una amiga por esas fechas y lo reproduzco a continuación con breves cambios:



Afortunadas coincidencias:

Conseguí, a muy bajo precio, la correspondencia entre Alfonso Reyes y María Zambrano coeditada por Taurus y el COLMEX, titulado Días de exilio*. Allí leo que María Zambrano arribó a la ciudad de México el viernes 24 de marzo de 1939 y luego residió un tiempo en Morelia (¡como otros tantos exiliados!), donde impartió cátedra en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo. Tuvo dos domicilios allí: Benito Juárez 179 y Corregidora 465.

La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, se hallaba por entonces “arrimada” (como dice en la Introducción) a la editorial Fondo de Cultura Económica, en Madero 32, en la ciudad de México. Allí conoció a Alfonso Reyes, entre otras personas. En junio de ese año, María impartió tres conferencias que fueron muy elogiadas, recogidas en un libro que fue publicado poco tiempo después; las conferencias no fueron dadas en el Palacio de Bellas Artes, como afirman varios, sino en la Sociedad de Geografía y Estadística que se hallaba en Justo Sierra 19. Daniel Cosío Villegas era a la sazón el director de la Casa de España y por ello pudo invitar a María a dictar unos cursos de filosofía en la Universidad de Morelia.

La segunda ocasión que Zambrano y Reyes se encontraron fue en Pátzcuaro. Los integrantes de la Casa de España estuvieron allí entre el 6 y 9 de mayo de 1939, invitados por el gobierno estatal y el rector de la universidad para asistir al aniversario de don Miguel Hidalgo. En sus recuerdos sobre Reyes publicados en 1960, Zambrano elogia al escritor fallecido un año antes y pondera su humanismo, “Porque ese día, frente a ese maravilloso lago en donde se encuentra la sin igual isla de Janitzio, Reyes se le acercó ‘en silencio y sin romperlo apenas’, y le dijo: ‘María, dondequiera que exista hoy una persona está llorando’. Las palabras alfonsinas la dejaron ensimismada. La debió haber visto acongojada, triste, aflijida.” Compartía también el escritor “el dolor de aquella hora”, la caída de España.

María Zambrano amó Morelia, entiendo, porque le significó un espacio de paz o liberador, pero en todo caso adecuado para dar nuevos rumbos a su obra, que luego irradiaría, engrandeciéndola, por varias partes de América y Europa. Pero antes, en enero del 39, a poco de pisar territorio francés recorre el último trecho de España en compañía de Antonio Machado y su madre (de él), de Joaquín Xirau (el padre de Ramón) y otros intelectuales más. A México arribaron María y parte de su familia en calidad de “refugiados políticos”, gracias a los buenos oficios de gente como don Gilberto Bosques Saldívar (otro gran personaje de la historia mexicana, quien apenas hace unos pocos años fue reconocido por el gobierno austriaco, imponiendo a una calle de Viena el nombre del diplomático), quien servía como Cónsul General de México en París, luego trasladado a Marsella. Esto lo anoto porque el libro que cito lo adquirí recién en lo que fue la sede de la SRE durante casi cuarenta años, en Tlatelolco, que es hoy un recinto universitario. Y recordé que un personaje similar, un norteamericano llamado Varian Fry, (que fue prisionero del gobierno de Petain, en Marsella, a finales del 40), ayudó a otra intelectual de gran renombre a salir de la Europa herida: se trataba de Hanna Arendt, nada menos, que residía en Paris desde el 36 y quien logró salir de Lisboa hacia Nueva York a principios del 41. Creo que Arendt y Zambrano nunca se conocieron, aunque puedo imaginar que en alguna velada parisina se pudieron encontrar, y acaso mirarse sin saber mutuamente quiénes eran. Por cierto, entre los miles de personas a quienes Bosques salvó la vida se hallaba Max Aub, quien logró escapar de un campo de concentración de Argelia y embarcarse desde Casablanca rumbo a México, en septiembre del 42. Don Gilberto sería también “huésped” de los nazis, tiempo después.

Entonces era la guerra: el fin de la Civil Española, el comienzo de la Segunda Mundial. Justo a principios de este diciembre vi de nuevo Casablanca, pero apenas reparé en que la acción sucede entre el cinco y seis de diciembre del 41, pues Rick (Humphrey Bogart) autoriza un recibo y así descubrimos tal fecha los espectadores. Rick ha estado en la Guerra Civil Española, simpatizando con los republicanos; ahora ayudará a los aliados. El día 7 es el bombardeo a Pearl Harbor y USA entra a la guerra. Al final de la cinta (“Creo que este es el comienzo de una gran amistad”), el aventurero gringo y el policía francés quizá se internen en el desierto para proseguir su lucha contra los nazis.

Mientras ello ocurre en la pantalla, en el trasfondo del desierto africano, en una posición que la literatura no descubre pero que el imaginario popular sobre la Legión Extranjera ubicaría en un sitio agreste e inexpugnable por lo remoto y árido, un grupo de combatientes retoman la esperanza y hacen eco al llamado de De Gaulle para liberar a Europa del fascismo. Claro, refiero la novela no tan buena pero sí emotiva de Javier Cercas “Soldados de Salamina” (Tusquets). Como leí primero la novela estoy “contaminado” y no me gustó la película que con el mismo nombre filmaron hace años. Rescato de ella la actuación de Ariadna Gil en el papel de Lola, la protagonista principal.

En la novela, uno de los hombres que surgen del fondo de la nada para barrer el fascismo es, aparentemente, Miralles, quien como bisoño soldado de la república española habría permitido la huída de Rafael Sánchez Mazas, ideólogo de las Falanges y quien durante un tiempo estuvo en el primer círculo de Franco, una vez que éste triunfó. Había sido además mano derecha de José Antonio Primo de Rivera, con quien Zambrano y otros intelectuales habían mantenido contactos años antes, hacia 1932, cuando fundaron el grupo llamado “Frente Español”, a poco del nacimiento de la República española y cuando aún era posible debatir con el adversario, no matarlo. A diferencia de Miralles, personaje literario, Sánchez Mazas sí existió (nació en Coria, provincia de Cáceres, por cierto) y conoció a varios de los intelectuales republicanos mucho antes de la guerra, en tertulias literarias y la academia; seguramente conoció al padre de María Zambrano, don Blas Zambrano, y por supuesto que conoció al maestro de María, José Ortega y Gasset. Ese Sánchez Mazas se salvó —no así sus cuarenta y nueve compañeros de prisión, que cayeron abatidos en el fusilamiento masivo— de las balas que según Cercas habría ordenado el comandante Enrique Líster, quien fue también mandamás del famoso Quinto Regimiento. Ello ocurría mientras la frontera con Francia se atiborraba de refugiados republicanos en marcha hacia el exilio y/o la muerte. Entre todos ellos iba María Zambrano con sus familiares.

En algún momento posterior transitaría ese mismo amargo sendero del exilio José Herrera Petere, poeta y amigo de Zambrano, que murió en 1977 pero a quien recuerdo por ser el autor de la letra de una de las canciones emblemáticas de la guerra: “¡No pasarán!”, así como de una “Marcha del Quinto Regimiento”. Herrera Petere fue después miembro del Consejo de redacción de la emblemática revista Taller, fundada por Octavio Paz y Efraín Huerta. De las varias canciones republicanas de la Guerra Civil Española que he recopilado, una lleva el título de Canción de Bourg Madame, de autor desconocido y escrita en plena agonía de la República, una de cuyas estrofas dice:

Españoles, salís de vuestra patria
después de haber luchado contra la invasión,
caminando por tierras extranjeras
mirando hacia la estrella de la liberación.
Al parecer no fue Bourg-Madame si no Le Perthus el sitio por donde Zambrano y miles más (Antonio Machado entre ellos, como dije) abandonaron España, perseguidos, hostigados por los nacionalistas quienes habían tomado Barcelona el 25 de enero. Lo último que estos transterrados vieron de España fue tierra catalana, lo último que oyeron allí fue el acento catalán en el castellano y el francés, retenidos todos ellos al pie de los Pirineos. Machado moriría días después; Zambrano iría a París y luego a Marsella, para embarcarse de allí rumbo a América.

María Zambrano nació el 22 de abril de 1904, aunque por estar en riesgo de muerte no fue registrada hasta el día 25, se cita en una biografía, por lo que se suele confundir su fecha de nacimiento. Y aunque nació en Vélez, Málaga, es decir en tierra andaluza, su formación se dio en Segovia, en la tierra castellana, y en Madrid. La vida la llevó a residir en diversas ciudades, viajera contumaz a pesar de sus deseos, como si el exilio fuera su marca, y quizá lo fuera. Adolfo Castañón dice en el libro citado que María no fue feliz en Morelia. Tal vez así fue, porque a poco de hallarse allí fue a dar unas conferencias a la Habana, donde enfermó y no pudo volver para retomar su cátedra, por lo que su “contrato” fue anulado por el rector de la Nicolaíta, aun cuando ella misma escribió que jamás había firmado contrato ni gozado de otros beneficios. Así fue como perdimos a María.

Sin embargo, cuando recibió el Premio Cervantes en 1988, María dijo en su discurso de aceptación: "Y hay lugares del mundo hispánico donde esta visibilidad se hace resplandeciente; y así, en Michoacán, donde se me dio a conocer la experiencia de la unidad perfecta de la forma que hasta alcanza los ínferos reales del habla. Aquella lluvia angelical tan fina que me indicaba a mí y a mis pacientes alumnos que eran las cuatro de la tarde (…). Allí, en Morelia, cuyo camino yo no había buscado sino que el camino mismo me llevó a ella (…). Fui sustraída a la violencia y me encontré en esa paz que se destaca con especial fuerza y delicadeza en aquella ciudad (…) la revelación de un logos indeleble y secreto, misterioso e invencible de las letras hispánicas, aún por lograrse, recorriendo todas ellas como una música simpar que se da en múltiples lados y se hace notar que todavía no se ha acabado (…) de lograr enteramente".

En la misma edición del 14 de diciembre de La Jornada michoacana aparece una nota de Jorge Durand sobre la estadía de JM Le Clézio en El Colegio de Michoacán. Me llama la atención que también como a María Zambrano, los embrollos burocráticos hayan dejado al hoy Premio Nobel de Literatura sin medios de subsistencia, a quien le rescindieron el contrato “porque, se decía, no había presentado, en la forma adecuada, su proyecto de investigación”.

Y como un Chucho cualquiera, ofrezco disculpas (nada de pedir perdón) al respetable por la extensión de este escrito.

*Días de exilio. Correspondencia entre María Zambrano y Alfonso Reyes, 1939-1959. Compilación, estudio preliminar y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio de México – Taurus, febrero de 2006.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

"Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía...
Después soñé que soñaba"
Antonio Machado Y Soria, (26 de julio de 1875- 22 de febrero de 1939). Sin duda el mayor poeta español del siglo XX.
Orale Alejandro!
No sabía que te gustaba Machado, igual a mi; hace tiempo escribí este texto:
http://fredalvarez.blogspot.com/2008/03/antonio-machado-y-soria_06.html
Un abrazo
Fred Alvarez