martes, 23 de diciembre de 2008

Ni de paz ni de amor, la noche


Las clases medias están aterradas.

Las estrategias de seguridad se pueden describir como palos de ciego. En esta época de posadas, el gabinete de seguridad sigue teniendo como propósito romper la piñata del narco, pero parece que sus ojos están vendados y sencillamente no dan una. Sus victorias de las últimas semanas son pírricas si consideramos las denuncias que muestran el avance de la delincuencia –organizada y no-, entre ellas el incremento de secuestros, asaltos a casas habitación, amenazas a pequeñas empresas, escuelas privadas y figuras del deporte o el espectáculo.

Y por si fuera poco, el ejército mexicano parece haber desenterrado el hacha de guerra y con ello comenzar a desembarazarse un poco del mando civil. Los hechos recientes en Guerrero no son una mera advertencia a las fuerzas armadas, sino la continuidad creciente de las acciones del narco en contra del Estado. De hecho, la reacción es del ejército, no al revés; quiero decir que la acción, la iniciativa ha estado constantemente en mano de los sicarios y sus jefes. Pero este ejército no sabe tratar con la población civil, salvo cuando se trata de “ampararla” en casos de desastres. Lo que se espera es un incremento de las violaciones a los derechos humanos en la medida en que el ejército tenga mano libre en su lucha contra esas organizaciones criminales.

Visto así, es el Estado mexicano el que parece hallarse en situación de debilidad. La percepción de un Estado débil, vulnerable, no hace sino aumentar el desafío en su contra. No se negocia con el enemigo, excepto cuando aquél es más fuerte y conviene apaciguar el fuego para no perder lo que nos quede; se negocia cuando el adversario tiene la misma fuerza y por lo tanto se estima la prolongación desgastante de la conflagración, o bien cuando las armas empleadas podrían resultar en la eliminación de ambos frentes (la guerra nuclear); también, cual el enemigo ha sido reducido a tal grado que él mismo plantea la negociación, la cual se hará en los términos del vencedor.

Lo anterior lo han dicho los estrategas y teóricos de la guerra, desde Sun Tzu y Maquiavelo hasta Von Clausewitz y los creadores de las tácticas en la era posnuclear. Pero esta guerra sui géneris tiene sus elementos sociales que no aparecen por ningún lado. ¿Medio millón de personas laborando en cualquiera de las actividades ligadas al narco no es un número suficiente para modificar estrategias de política social y económica, o se pretende capturarlos y encarcelarlos a todos, como parece ser el propósito? Ya todos nos hemos reído suficiente de las declaraciones (¡otra vez!) melodramáticas y patrioteras de Felipe Calderón, así que es tiempo de jalarle las orejas para que su guerra ya no sea sólo mediática.
Desgraciadamente, según lo que se desprende de sus conclusiones en la reunión de Bahía, no cambiará ni un ápice lo que la doctrina le impele llevar a cabo, así se desmorone el país.

“El pensamiento estratégico es inevitablemente pragmático”, dice Peter Paret en la introducción a “Creadores de la estrategia moderna, desde Maquiavelo a la era nuclear”. No obstante, el pensamiento en materia de seguridad del gobierno federal y de los gobiernos estatales -DF incluido- es simplemente reaccionario. Y todo se reduce al reclamo de que los recursos para los ramos en seguridad son insuficientes.

Las clases medias están aterradas, pero el ejército está enojado. Cuidado.

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