viernes, 5 de diciembre de 2008
Othón Salazar, el bravo
En el blanco y negro de mis simpatías políticas, Othón Salazar se encuentra más cercano a lado izquierdo de mi pecho y pintado del colorado más intenso (“con tinta sangre del corazón”). No puedo dejar de mencionarlo porque ese hombre (ecce hommo; ιδου ο ανθρωπος) representa mucho del México mítico donde muchos nos formamos y donde uno de los primeros propósitos era arrojar al PRI del poder por cualquier medio. Éramos entonces jóvenes rebeldes, ángeles vindicativos que con flamígera espada habríamos de iniciar la insurrección para, desatado el infierno, imponer el paraíso de obreros / campesinos / todo el pueblo / al poder.
Con sus defectos y virtudes, Othón Salazar continuó siendo congruente con sus ideas a tal grado que murió en la pobreza en la que vivió toda su vida. Como profesor representa en un sentido ético y político todo lo que no es ni será la profesora Gordillo. Como hombre público, cabe reconocerlo como honesto y transparente, convencido de la justeza de sus actos, y auténtico por añadidura. Como otros líderes de aquél tiempo había algo de pétreo en su persona, una raíz que lo volvía hierático y silente, tal un tlaoani mezcla de sabio sacerdote y guerrero. Pero no quiero sacralizarlo, no pretendo hacer comentarios que lo ubiquen como un santo laico, porque este hijo de campesinos y él mismo campesino fue privado de sus derechos como profesor por el SNTE pero no mendigó privilegios ni suplicó apoyos, sólo exigió lo que por derecho le correspondía no a él sino a los mexicanos pobres y los de la Montaña de Guerrero: justicia.
Hace tres meses murió Gilberto Rincón Gallardo; ayer, Othón Salazar Ramírez. Me parece que las izquierdas socialistas y socialdemócratas, reformistas y revolucionarias, legales e ilegales le deben sendos homenajes a estos dos hombres dignos.
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