El capitán de esta nave cree que comanda el Crucero del Amor. Ya instruyó a embajadores y cónsules para que difundan una bonita imagen del país, enfatizando que no tenemos un Estado fallido, que hay paz social y silencio cívico hasta en las calles nocturnas de Tijuana, que el caos es una ficción o un mito genial inventado por algunos masiosares legítimos y otros productores cinematográficos empeñados en promover el cuento de que el narcotraficante es la degeneración moderna del charro mexicano, valiente y bragado.
Ojalá que este barco no sea una imitación del Titanic. Pero lástima de capitán, tiene más parecido al patrón del bote de La isla de Guilligan que cercanía con el mandamás del Pequod, el temible Ahab.
Oh, capitán, mi capitán: nuestro viaje apenas da comienzo
y tú sólo te muestras soberbio y discursivo, enamorado
de tus propias palabras, de tu pose que quiere imitar
el arrojo de los libertadores o la certeza del vencedor.
¿No ves, acaso, que la nación se desvanece entre tus manos
como una paloma estrujada por ansias asesinas? ¿No escuchas
el clamor de tu pueblo que no quiere ser salvado sino salvar
a los que, como tú, insensato, ofrecen falsas esperanzas?
Tu nave parece naufragar; perece lentamente, atraída hacia el fondo
del oscuro océano. Mas ya subimos al puente, prestos contra la catástrofe,
haciendo manar bríos nuevos de nuestros corazones fatigados.
Cuando se agote tu ciclo, capitán, cuando el navío se resista a tu mando
asumiremos el timón y enfilaremos a un nuevo destino. Pero hoy, capitán,
hoy nos esforzaremos junto contigo para llevarlo a puerto seguro.
Alejandro San Martín
(Debería pedir perdón de rodillas a Whitman por mal usar así el título de uno de sus más afamados poemas.)
* * * * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario