martes, 20 de enero de 2009

Sin temor, pero también sin esperanza



Varios de mis amigos asisten con arrobo a la toma de posesión de Barck Obama, seducidos por el aura de poder que emana del imperio. Para ellos, como para los medios de difusión, este día no solo es histórico sino esencialmente mediático (y económico). Se felicitan de que Obma haya ascendido a ese cargo, lo que para ellos constituye un avance en contra del racismo.

Yo comparto algo de sus convicciones, pero no tengo esperanzas de cambio profundo. Ojalá cierren Guantánamo y cese el bloqueo hacia Cuba; ojalá se renegocie el TLC a favor nuestro y se logre una negociación sobre el tema migratorio, más temprano que tarde; ojalá podamos ver transformaciones y no meros cambios logrados con efectos especiales. Pero yo no tengo esperanzas.

Aquí en México tenemos muy arraigado un racismo mezclado con las diferencias de clase. Los indios son los "paganos"; los más pobres son los nacos sin futuro y esperanza. Lo más terrible es que mientras más desarraigados, los más pobres parecen reproducir con mayor virulencia los prejuicios y la violencia racista, violencia ejercida también en contra de las mujeres.

Yo no quiero para mi país sino lo que decía un personaje de esa terrible novela que es "Los días terrenales" de José Revueltas: "¡Luchemos por una sociedad sin clases! ¡Enhorabuena! ¡Pero no, no para hacer felices a los hombres, sino para hacerlos libremente desdichados, para arrebatarles toda esperanza, para hacerlos hombres!"

Desde luego, la esperanzo a la que me refiero es lo contrario a la fe pegada con mentiras, y es distinta a las idílicas ilusiones o dorados paraísos. Sólo sé que hay que seguir, aunque nos demos de topes.


Martín Guerrero


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