martes, 4 de noviembre de 2008

De aparecidos, desaparecidos y otras historias de horror

Apenas logro equilibrarme con la poesía y el sarcasmo (la ironía es un filo que uso poco por devaluada). Y tal vez porque los muertos queridos de la propia familia lo tornan a uno introspectivo, la sonrisa suele ser más amarga que lo habitual.

En estos días mortuorios asistimos a la aparición de personajes incorporados al folclor político, como Fox, Bejarano y la siempre dicharachera Xóchitl Gálvez. A pesar de todo ella me simpatiza, pero por fácilmente caricaturizables me da pereza hablar de ellos. Aparecen otros personajes menos famosos aunque más peligrosos: espías, infiltrados, topos del narco dentro de los organismos de seguridad e información. ¿No se dibuja a la perfección el rostro del Narcoestado?

Desaparecidos los hay en todas partes, comenzando por los dólares de la reserva, los saqueadólares y los culpables de que la crisis financiera haya pegado tan duro a la economía. Además, se diluyen con su propia ineptitud los conductores formales de la nación. Y la guerra sucia resurge una y otra vez, sin que los responsables aparezcan, aunque los datos los señalen, como “una carta que el soldado Benito Tafoya Barrón escribió en febrero de 1975 a sus hermanos Gabino y Pancho” —resguardada en el AGN y clasificado como expediente 11-235, legajo 38, foja 225—, en la cual les escribe textualmente: “… yo participé cuando rodiamos a Lucio Cabañas y su gente y murieron muchos y a los que agarramos vivos (fueron varios) a mí me tocó subirlos a un helicóptero amarrarlos de pies y manos y atados a unas barras de fierro e irlos a tirar al mar y entre ellos iban dos muchachas…” (el subrayado es mío). Por cierto, se considera el único testimonio con que se cuenta para incriminar al Estado mexicano en relación al lanzamiento al mar de opositores políticos, la única prueba de tal tipo que no pudieron desaparecer (según nota de La Jornada). Todavía se encuentran desaparecidos los dirigentes del EPR, por cierto.


El colmo de la sinrazón es la “misteriosa desaparición” de la Isla Bermeja (denuncia Crónica), un islote ubicado a 160 km de Yucatán pero que desde 1997 fue reportada como inexistente luego de una búsqueda realizada por la Armada, un pedacito de tierra muy importante porque era el punto de referencia para definir los límites del mar territorial mexicano momentos. Como no se hallaba visible en los momentos en que se negociaba con EU el tratado para la explotación de los yacimientos de petróleo en el Golfo de México, nuestro país perdió derechos sobre un área marítima en la que existen 22 mil 500 millones de barriles de petróleo. De estar allí, la isla Bermeja permitiría a México recorrer su frontera marítima más al norte y conquistar una mayor parte del llamado "Hoyo de Dona" frente a Estados Unidos, que pretende arrojar su frontera más al sur con base en las islas Dernier. Y mientras los muertos por el narco siguen su racha ascendente la economía de los mexicanos clasemedieros y pobres continúa su descenso. “¿Quién podrá defendernos?”. No, por cierto, los partidos políticos y menos sus integrantes en el Congreso que se preparan a aprobar el PEF 2009 e irse de vacaciones navideñas porque sus ingresos (de ambos, partidos y congresistas) están asegurados.


Ricardo Raphael se lamenta en su columna de la incapacidad que padecemos para escucharnos, de que la argumentación y el debate de ideas se encuentren ausentes y lo que impere sea la descalificación, el recelo, la desconfianza y el menosprecio. Pero son lujos que quizá sólo algunos privilegiados y opinadores profesionales puedan darse. Aunque no comparto el pejismo ( o pejejismo), conozco el mecanismo que hace del caudillo un restaurador de la esperanza y a sus seguidores en iluminados ángeles de la pureza con la verdad usada como escudo, más que como arma (me consta). Desconfiamos de la autoridad, de que los culpables presentados lo sean (¿no se duda de que los capturados con motivo del atentado en Morelia en las fiestas patrias sean los verdaderos culpables?), de los partidos políticos, de los vecinos, de los maestros, de la economía y del futuro de este país. El que circulen datos como el siguiente sólo confirma la justeza de nuestra desconfianza: en el DF sólo dos de cada diez homicidas son detenidos por la policía y consignados ante un juez, o dicho de otro modo la impunidad es de 80% en este tipo de crimen. ¿Y los demás, los que no son de alto impacto?


Cada día sumamos historias de horror, entre las cuales los asesinados por el narco conforman el escenario habitual, aunque parece que las autoridades policiacas dictaminan como tales todo tipo de homicidio, como una manera rutinaria de proceder. Mientras tanto, parece que el GDF reacciona sólo con titulares, como ocurrió con los operativos de revisión luego del suceso de la discoteca donde perecieron varios jóvenes y policías; hoy ocurre lo mismo con los microbuses, luego de la volcadura y muerte de dos pasajeros, cómo si nadie se enterara del secreto a voces de que “el régimen” de Armando Quintero en la Setravi ha resultado uno de los mejores negociadores del gobierno: los acuerdos se dan en monetario. ¿Sufrirá del mismo más del delegado en Cuauhtemoc quien sí se puede pagar su lujos con los autos de lujo que no presume pero le han descubierto? ¿El poder ha corrompido a tantos de la izquierda en tan poco tiempo? ¿No ocurrió lo mismo con muchos panistas, quienes supuestamente no se prestarían a actos de corrupción por tener muchos de ellos una fortuna personal conocida antes de su arribo al cargo?.


La puntilla en esta historia de horrores es el secuestro y asesinato de un pequeño de cinco años, cuyos asesinos emplearon uno de los métodos más dolorosos: inyectarle ácido en la venas. Me pregunto por qué, a pesar del salvajismo, el caso ha tenido menos resonancia en medios que otros parecidos. ¿Será porque los infanticidas ya fueron capturados, porque no era hijo de persona notable, porque el caso no es noticia vendible? Sea como fuere, el asunto muestra que la violencia es más amplia y profunda, sobre todo la que se ejerce en contra de las personas vulnerables.

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