jueves, 20 de noviembre de 2008

Maravilla de Saramago


Quizá porque en su apellido lleva la denominación de mago, quizá porque es un hombre tan de lucha que venció (oh, Jacob lusitano) al ángel de la muerte, el caso es que este escritor de 86 años nos anuncia la aparición de su más reciente novela: “El viaje del elefante”, que cuenta “la historia del traslado de Lisboa a Viena de un paquidermo, regalado en el siglo XVI por el rey de Portugal al archiduque de Austria”, y que Saramago cree que marca también una etapa en su propia historia literaria.

De pronto llegó a mi cerebro la sombra del recuerdo de algo que había leído recientemente sobre los elefantes, pero no pude recordar con precisión. Recuerdo en cambio, nítido, el poema de Renato Ledúc “Epístola a una dama que nunca en su vida conoció elefantes”, y con ello el recuerdo de la elefanta escapada de un circo y atropellada en la autopista a Puebla (donde también murió el conductor que la mató).

A continuación, una reflexión de Saramago sobre su propia persona, obtenida de su blog (cuaderno.josesaramago.org) y “posteada” el 18 de noviembre de este año que acaba:

Vivo, vivísimo
Intento ser, a mi manera, un estoico práctico, pero la indiferencia como condición de la felicidad nunca ha tenido lugar en mi vida, y si es cierto que busco obstinadamente el sosiego de espíritu, cierto es también que no me he liberado ni pretendo liberarme de las pasiones. Trato de habituarme sin excesivo dramatismo a la idea de que el cuerpo no solo es finible, sino que de cierto modo es ya, en cada momento, finito. ¿Qué importancia puede tener eso, si cada gesto, cada palabra, cada emoción son capaces de negar, también en cada momento, esa finitud? Verdaderamente me siento vivo, vivísimo, cuando, por una razón u otra, tengo que hablar de la muerte…
Martín Guerrero

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