Ella, muchacho, me confesó una noche
que su única ambición -a qué negarlo-,
era que cuando le llegara ese momento
el ataúd ¡joder! fuera forrado.
De los hombres nunca decía nada,
los hombres nunca nada le habían dado,
si quitas mil palizas y algún beso
con sabor a empastes y a tabaco.
Hay gente que nace en sábanas de seda,
y otros ¡qué quieres! nacen para ser trapos.
Yo ya la conocí cuando no era
ni sombra de ella misma y sus abrazos
olían a cuartucho de pensiones,
y la muerte le buscaba los atajos.
El Alvite me dijo que una noche,
en un callejón tan solitario
que ni ratas había –te lo juro-,
encontraron su cuerpo destrozado.
Tenían, dicen, las mismas cicatrices
que su padre a su madre le había dado.
Hay gente que nace en sábanas de seda,
y otros ¡qué quieres! nacen para ser trapos.
Ni siquiera logró ¡maldita sea!
ese ataúd forradito de raso.
Su cuerpo se quedó en el anatómico
para estudio de la ciencia, muchacho.
Hay gente que nace en sábanas de seda,
y otros ¡qué quieres! nacen para ser trapos.
(Del disco Los paraísos desiertos)
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